Mucha gente cree que los escritores tenemos el control absoluto sobre nuestras historias… Y en teoría así debería ser. Decidimos la época, creamos el lugar y a los que lo van a habitar. Sabemos qué va a pasar y cómo queremos que pase. Sin embargo, no vais a conocer jamás a un escritor que no se haya sorprendido de las acciones de sus personajes o del rumbo desconocido que ha tomado la historia.
Hay un momento en la vida de todo escritor en el que sus personajes hacen lo que les da la real gana.

Esto sorprende mucho a las personas que no escriben. Se supone que somos un Dios todopoderoso que decide quién hace qué en qué momento y cómo. Y lo somos. Podemos obligar a nuestros personajes a hacer las acciones que teníamos planeadas para ellos, podemos someterlos a que sigan la línea que tenemos trazada para ellos. Podemos hacerlo, en serio. Es tan fácil como escribirlo.
Pero.
Hay un gran pero que nos frena a hacerlo, y es la naturalidad. Hay reacciones, acciones o diálogos que salen de forma natural, sobre la marcha. Y controlar cada paso del personaje puede parecer forzado a ojos del lector. A veces, los escritores tenemos que confiar en los personajes que hemos creado y dejarnos llevar por ellos… aunque muchas veces sea una auténtica locura.
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