«Show, don’t tell». Seguro que lo has leído cientos de veces. Es el mayor y mejor consejo que se le puede dar a un escritor, pero también uno de los más complicados de ejecutar. Muestra, no cuentes.
A veces es un consejo confuso. Escribir implica palabras, no imágenes, así que ¿cómo puedes mostrar algo al lector? ¿No tendrás que contárselo?
Sí y no. Escribir es un arte que se limita a las palabras, pero eso no significa que los escritores no trabajemos con imágenes. Mientras los pintores y los directores de cine crean imágenes que pueden ser vistas por los ojos, nosotros creamos unas que permanecen dentro del plano metafísico de la imaginación.
Esto pone al escritor en una posición única en la que se enfrenta a preguntas como «¿saben mis lectores cómo es esta habitación?» o «¿saben mis lectores cómo es mi personaje?». Hay infinitas formas de responder a estas preguntas, y todo depende del estilo que tengas como escritor.

¿Cómo sé qué es Show (mostrar) y qué Tell (contar)?
El primer paso para poder usar esta poderosa herramienta es aprender a diferenciar entre ambos verbos. Y la mejor forma de entender el Show vs Tell es con ejemplos. Hay muchísimos y muy bien elaborados, pero voy a compartir contigo al que siempre acudo, el que más me ha ayudado a entender la diferencia entre ambas cosas y el que siempre tengo en mente cuando escribo.
Cuando cuentas (tell):
Todos sabían que Lucinda era la chica mala de tercer curso. Era mona y remilgada, y eso le hacía pensar que podía ganarse a cualquiera… y siempre hacía lo posible por atormentarme. Yo no era uno de esas chicos «guays», los pocos amigos que tenía eran con los que jugaba a ajedrez durante el recreo… y ni siquiera eran realmente amigos. Además, era torpe. Así que era un blanco fácil. Lucinda me atormentaba tanto que hizo de mi tercer curso un infierno.
Cuando muestras (show):
Cuando sonó el timbre del recreo, cogí mi tablero de ajedrez y salí hacia la libertad, impaciente por ganar el torneo. No quise mirar, pero sabía que Lucinda me observaba; podía sentir el balanceo de sus rizos mientras sus ojos me rastreaban. Para variar, tropecé en la puerta principal, cayendo al suelo. Zapatillas de deporte y sandalias caminaron a mi alrededor mientras me abría paso entre torres y alfiles. Y ahí estaba Lucinda, esperando que notara su presencia. Sonrió en cuanto la miré. Levantó su reluciente zapato de piel, enterrando con cuidado el tacón en la cabeza de mi reina blanca.
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